Microcuento de Alejandro Dolina
Algunos aficionados a la magia postulan la existencia de espejos memoriosos, que guardan las imágenes aun en ausencia de los objetos reflejados.
El músico Ives Castagnino jura que una tarde en La Perla de Flores le hizo gestos de simpatía a una jovencita que descubrió en el espejo. En cierto momento, anotó el número de su teléfono al revés en una servilleta que se puso luego en la frente. Ella tomó nota. Suponiéndose aceptado, se dio vuelta para proseguir la seducción en forma directa. La chica no estaba. Volvió a mirar el espejo y la vio ostensible y contundente, con un solero a lunares.
Agotados los experimentos ópticos, el músico calculó que aquel espejo conservaba imágenes del pasado y se fue tranquilamente.
La tarde siguiente, se cruzó en la puerta misma de La Perla con la jovencita del solero. Después de filosofar brevemente, creyó entender que el espejo no reflejaba el pasado, sino el futuro.
La confitería estaba desierta. La chica se sentó en la misma mesa del día anterior. Castagnino —por capricho— modificó su ubicación.
Al rato la buscó en el espejo y no la encontró. Se acercó entonces a la mesa y se disponía a hablarle, cuando vio que ella le hacía caritas al espejo mientras anotaba un número de teléfono.
Castagnino captó al fin la verdad: en el espejo de La Perla de Flores podía verse el pasado o el futuro, según donde uno se sentara. Perplejo ante aquellas reflexiones, ganó la puerta y buscó una confitería sin espejos.
Fuente: Alejandro Dolina, El libro del fantasma, Ed. Colihue.