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Día de pesca - Daniel Paredes

Cuento de Daniel Paredes

Recién amanece, y mi padre prepara las cañas y los anzuelos. Debe de ser domingo, o a lo mejor sábado o feriado, porque no voy a la escuela.
  Mi vieja calienta el agua del mate mientras corta mezquinas rodajas de pan para tostar. También es mezquina el agua de la pava, que ya está a punto de hervir. Le agrega un chorrito de la canilla y ceba el primer mate. Pero a ése hay que escupirlo porque hace mal, y entonces lo echa en la pileta de lavar los platos.
  El silencio es un ahorcado que cuelga del techo. A veces mi padre me pregunta alguna tontería, para que yo no note que algo anda mal. Mi vieja, en cambio, ha decidido callarse. Tal vez no le interesa que yo me dé cuenta de que anoche pelearon, o quizá piensa que mi intuición de niño ya me ha puesto al corriente. Ha dejado una taza frente a mí. Ha mirado la taza sin verla. Ha gruñido la palabra "caliente".
  Empiezo a tomar la leche de a sorbos cortos, cuidando de que no se me salga por la nariz. El último trago baja con esfuerzo. La nuez de mi garganta es un palo de mortero machacando el líquido que se empecina en volver.
  Mi padre trajo una palangana y una toalla, y cambió la hoja de afeitar. Se pasa la brocha con espuma por la cara. Mi madre le alcanza un mate; después saca los panes del tostador y los unta con una finísima capa de manteca.
  Yo ya preparé los riles y voy a juntar unas lombrices. Todavía no termino de dar la segunda palada, cuando mi padre irrumpe en el patio y agita un brazo por encima de la cabeza.
  El mate vuela lentamente, y yo lo veo rebotar contra la pared del bañito viejo. Es un golpe seco, hiriente, el que se oye. A veces —ahora por ejemplo— me parece que vuelvo a oírlo.
  Mi vieja no se atreve a quejarse, o acaso tantos años de convivencia la han resignado. Y por eso se calla y mira el piso y camina hacia el mate de lata, que en adelante tendrá un abollón más. Yo vuelvo la vista sobre mi pie que empuja la pala dentro de la tierra. Y estoy pensando que a lo mejor el mate estaría demasiado caliente o lavado o muy corto o muy largo. Pero no es fácil entender.
  Mi padre ya ha puesto en marcha el 4L y pisa el acelerador, muy suave, como diciendo "el problema no es con el auto".
  Levanto la caja de pesca y el mojarrero. Envuelvo el tarro de las lombrices con un diario y me acerco a mi vieja, que ya arregló el mate y está sorbiéndolo de pie, contra la cocina, de frente a los azulejos. Me despido tímidamente, y ella, sin mirarme, me suelta un "chau" ahogado. Oigo roncar dos veces la bombilla y cierro la puerta de calle.
  No recuerdo si aquel día pescamos algo.



Fuente: Daniel Paredes, Tierra de trampas, Ed. Honorarte.