Microcuento de Carlos Bègue
Seducido por aquel ilusionista mitad hombre, mitad pingüino —con ojos en ascuas y frac de corte chapucero— el público se regocijó al ver a su ayudante trepar por una cuerda invisible que llegaba hasta la bóveda del teatro.
Escéptico ante tamaña alucinación colectiva, saqué del bolsillo mi cámara fotográfica y al promediar la escalada oprimí el disparador. Recién a medianoche ofició el revelado: la cuerda no existía, el sirviente tampoco.
Fuente: Carlos Bègue, En frasco chico, Colihue
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