a las

No funciona el negocio - Charles Bukowski - Cuento


Cuento de Charles Bukowski

Manny Hyman estaba en el mundo del espectáculo desde los dieciséis años. Cuatro décadas en lo mismo y aún no tenía donde caerse muerto. Trabajaba en uno de los salones del Sunset Hotel. El salón pequeño. Él, Manny, era la «Comedia». Las Vegas ya no era la de antes. El dinero se había ido a Atlantic City, donde las cosas eran más frescas, más nuevas. Además, estaba la maldita recesión.
—Recesión —decía— es cuando tu mujer se escapa con alguien. Depresión es cuando alguien te la trae de vuelta. Alguien me trajo la mía de vuelta. Eso tiene su lado divertido, y cuando lo encuentre vendré aquí a contarlo...
Manny estaba sentado en el camerino tomándose a sorbos una botella de vodka. Se veía en el espejo. Entradas profundas... frente lustrosa, nariz torcida hacia la izquierda... ojos negros y tristes...
Mierda, pensó, creo que a todos les resulta difícil. Cada vez cuesta más, pero hay que seguir adelante. Eso o poner la cabeza sobre la vía del tren.
Alguien golpeó en la puerta.
—Adelante —dijo—, no hay aquí nada más que tranquilidad y un poco de vegetación judía...
Era Joe. Joe Silver. Joe contrataba los espectáculos del hotel. Joe acercó una silla, se sentó en ella al revés, apoyó los brazos y la barbilla en el respaldo y miró a Manny. Joe había estado contratando números durante el mismo tiempo que Manny había estado actuando. Tenían casi el mismo aspecto, con la diferencia de que Joe no tenía aspecto de pobre.
Joe suspiró, se desperezó y se frotó la nuca.
—Cuando estás con tu público, Manny, lo que haces es muy amargo. Quizá llevas demasiado tiempo metido en esto y la situación empieza a afectarte. Yo recuerdo cuando eras gracioso. Me hacías reír. Hasta hacías que se riera la gente. No parece algo tan lejano...
—¿Ah, sí? —sonrió Manny—. ¿Hablas de anoche?
—Hablo del año pasado. Hablo de... no me acuerdo cuándo.
—Vamos, Joe, no van tan mal las cosas —dijo Manny, sin dejar de mirar el espejo.
—No viene nadie, Manny. No atraes público. Tu número es tan chato que lo podrías pasar por debajo de una puerta.
—Pero ¿lo podrías pasar por debajo de una puerta corredera?
—Aquí tenemos una puerta giratoria, Manny. La puerta gira y te hace entrar, y si no das la talla en la vuelta siguiente te echa a la puta calle...
Manny torció la cabeza y miró a Joe.
—¿Qué me estás diciendo, Joe? ¡Yo soy uno de los grandes cómicos! Tengo los recortes para probarlo. «Uno de los grandes cómicos de nuestra era.» ¡Tú lo sabes!
—Hablas de la era glacial, Manny. ¡Ahora estamos en el presente! Tenemos que sentar a más personas en las mesas. Podría ir ahora por allí y arrojar tres kilos de arroz crudo y no acertar a nadie.
—Quizá a la gente no le gusta el arroz, Joe. Quizá lo prefiere cocido...
Joe negó con la cabeza.
—Manny, sales y te portas como un viejo amargado. ¡La gente sabe que el mundo es una mierda! Es lo que quiere olvidar.
Manny tomó un sorbo de vodka.
—Tienes razón, Joe. No entiendo qué me pasa. Como bien sabes, en este país vuelve a haber colas para tomar un plato de sopa. Como en los años treinta. Salgo y veo a esos cerdos comiendo y bebiendo y son tontos, tontos de verdad. ¿Qué derecho tienen a poseer tanto dinero? No entiendo nada.
Joe tocó a Manny en el brazo.
—Mira, sácate eso de la cabeza. No estás aquí para mejorar las cosas. Tu trabajo consiste en hacer reír.
—Sí, no lo dudo...
—Manny, como persona me caes bien. Sé que despilfarras el sueldo en mesas de juego y en chicas. Eso no me importa. Necesitas un desahogo. Y no me importa lo del vodka... siempre que produzcas algo. Pero A. J. me ha dicho que si no llenamos más mesas se acabó aquí mi empleo de promotor. ¡Tú no los haces reír, Manny! ¡Y ahora estoy yo con el culo al aire! Y tampoco me río. Estoy pensando en traer a ese chico, Benny Blue. No sólo inventa chistes sino que hace guarradas con pompas de jabón.
—Es un mediocre, un imbécil de pésimo nivel, Joe. ¿Oíste lo que hizo el otro día? Ciego de cocaína, meó a una de las camareras. Después le dio cinco dólares y le dijo que volviera a la noche siguiente para un bis.
—Lo oí. Pero el chico es bueno en el escenario. ¡Y eso es lo que me preocupa!
—Yo no tomo cocaína, Joe.
—¡Qué me importa lo que tomas! ¡Me importa lo que haces! Fuera figura tu nombre en letras luminosas, y en las mesas no veo a nadie...
—¡Joder! ¿No te has enterado? ¡Hay recesión, Joe!
—Y por favor, Manny, ¡basta de chistes sobre la recesión! ¡Pones incómoda a la gente! ¡La gente quiere reír! ¡Algo falla, Manny, porque no entra nadie!
Manny tomó otro trago de vodka, se dio la vuelta y se quedó mirando a Joe.
—Bueno... ¿quieres que te diga la verdad? ¡Son esas malditas coristas! ¡Hace tres o cuatro temporadas que tienen las mismas chicas con el mismo vestuario! ¡Se les empiezan a caer las tetas! ¡El culo les ha crecido más que la deuda nacional! Y... ¡después de hora se dedican a la prostitución! Las Tortolitas ¡un cuerno! ¡Habría que ponerles Hermanitas Herpes! ¡A quién le interesa ver un lote de putas enfermas levantando las piernas al mismo tiempo!
—No podemos comprarles vestuario nuevo, Manny. ¿Sabes cuánto cuesta vestirlas?
—Pongan al menos algo nuevo dentro de esa ropa.
—Manny, no es ése el problema. Tú eres el problema. ¡Levantas o te vas! Tendré que traer a Benny Blue y sus Burbujas Guarras.
—¿Levantar? ¿Levantar?
—No es más que una frase. Quiero decir que necesitas levantar la puntería con tu número, hacerlo despegar. Y si tenemos que sacrificar un culo, será el tuyo...
—Gracias, Joe.
—Supongo que sabes que Ginny tiene cáncer de mama. Estoy hasta las cejas de facturas del hospital.
—Me había enterado... —Manny le ofreció la botella a Joe—. Tómate un trago de vodka.
—Gracias, Manny...
Joe tomó un sorbo.
—Dime, Manny, ¿cuánto sacaste anoche en las mesas?
—No me vas a creer, pero saqué mil quinientos.
—¡Magnífico! Escucha, Manny...
—¿Sí?
—No los gastes.
Joe se levantó.
—Bueno, ¡te deseo toda la suerte del mundo!
—¿Por que no la del universo?
—Esa también.

Manny estaba sentado delante del espejo; la botella había bajado bastante. Oía al solista cantando una balada sentimentaloide. Nunca se burlaban de esos imbéciles. Las mujeres los adoraban y los hombres los sufrían, encantados de no ser como ellos. Manny había conocido a ese tipo. Un marginado del Pasadena City College con patillas hasta el culo. El cabronazo tomaba batidos de leche malteada y jugaba a las máquinas tragaperras con las abuelas. Tenía tanta clase como el ojete de un gato.
Sonó otro golpe en la puerta.
—Te toca ahora, Manny...
Manny tomó un buen trago, se miró en el espejo y se sacó la lengua. La lengua era de un blanco grisáceo. La guardó con rapidez.
Allí fuera había mucha luz y hacía mucho calor. Manny dejó que se le acostumbraran los ojos, vio tal vez a cinco o seis parejas en las mesas. El lugar contaba con veintiséis mesas. Todas las parejas tenían un aspecto hosco. No se hablaban. No se movían más que para levantar lo que estaban bebiendo, dejarlo en la mesa y pedir más.
—Bueno, hola... amigos —improvisó Manny—. Sabéis que entre Johnny Carson y yo hay poca diferencia. Carson usa un traje nuevo cada noche. Nunca se lo ve dos veces con el mismo traje. Me pregunto qué hará con los usados. Una cosa sé: que no se los regala a Ed McMahon...
Silencio.
—Ed McMahon no cabe en los pantalones de Carson... ¿Se entiende? Claro que sí. Pero creo que no es muy divertido. Bueno, me gusta ir ajustando el humor poco a poco, de manera sigilosa...
—¡Espero que lo consigas antes del amanecer! —gritó un borracho corpulento desde el fondo de la sala.
Manny miró con ojos de miope hacia la oscuridad.
—Ah, ya te veo, amigo. ¡Eres un GRANDÍSIMO gilipollas! ¡Un gilipollas tan grandísimo que por el culo te podrían meter el Queen Mary y aún quedaría sitio para la procesión de Semana Santa!
—¡Qué pésimo eres! —respondió el borracho—. ¿No puedes bailar un poco de claqué?
—Bueno... —empezó a decir Manny.
—O mejor aún, hacer que te trague la tierra —gritó otro borracho.
El escaso público aplaudió con entusiasmo.
Manny esperó a que volviera el silencio.
—Ahora —dijo— entiendo por qué sois tan desdichados: vuestras novias se acuestan con los árabes y habéis tenido que vender el Volkswagen para pagar el próximo recibo de la hipoteca, pero aquí estoy yo para haceros reír aunque no queráis...
—¡Pues hazlo de una vez, mamón kosher! —gritó el borracho corpulento.
—Gracias por indicarme lo que tengo que hacer —dijo Manny sin levantar la voz—. Ahora, si dejas de follar a tu mujer con los dedos por debajo del mantel, sigo con el número.
—¡Más te valdrá! ¡Está a punto de amanecer!
—De acuerdo. ¿Habéis oído el del soldado de chocolate que se acostó con la chica de chocolate que compró por correo?
—¡Sí!
—Muy bien, ¿y el del presidente Reagan y la enorme sorpresa que Nancy le tenía preparada?
—¡Lo contaste anoche!
—¿Tú estuviste aquí anoche?
—¡Sí!
—¿Y estás hoy aquí?
—¡Sí!
—Entonces, gilipollas, somos dos los imbéciles. ¡Con la única diferencia de que a mí me pagan!
—¡Si vengo mañana y tú sigues ahí todavía, tendrán que pagarme a mí!
El público aplaudió. Manny esperó hasta que volvió el silencio.
—La única diferencia entre vosotros y los pobladores de un cementerio es que vosotros estáis sentados —dijo muy tranquilo.
—¡La única diferencia entre tu número y un cementerio es que en un cementerio no hay consumición mínima!
Se oyeron algunas risas. Manny parpadeó.
—A ver... ¿De dónde habéis salido? ¿Del útero o de las paredes?
—¡Hemos salido del útero! Tú ¿has salido de algún sitio?
Manny sacó el micrófono portátil de la base y se sentó en el borde del escenario con las piernas colgando. Sacó la botella de vodka, la vació y la tiró.
—Me gustáis mucho. Estáis llenos de mierda. ¿Sabéis una cosa? Yo solía correr con Lenny Bruce.
—¡Con razón se murió de una sobredosis!
—Y todas esas preciosas damas, ¿de dónde han salido? Para mí, del Museo de Cera. ¿Alguna necesita una vela para el coño?
—¡Judío, no me haces ninguna gracia! ¡No puedes hablar así de mi mujer!
Era el borracho corpulento del fondo de la sala, que se levantó de la mesa. Tenía un tamaño impresionante.
Como una ola de carne, se puso en marcha hacia Manny. Manny parecía incapaz de moverse.
Las luces del escenario se apagaron y se encendieron. La orquesta atacó. Las coristas salieron con sus culos grandes y sus tetas caídas. Agitaban las piernas y la música sonaba con fuerza.
El borracho seguía avanzando hacia Manny a través del sonido. Cuando lo tuvo a su alcance, Manny le dio una tremenda patada en los huevos. El gigantón soltó un gruñido pero no se cayó. Siguió allí de pie y cuando Manny se levantó para huir del escenario el borracho logró agarrarle una pernera del pantalón y bajarlo. Manny aterrizó de bruces. El borracho lo cogió, lo levantó por encima de la cabeza y lo estrelló contra una mesa desocupada mientras entraban corriendo los guardas de seguridad. La banda seguía tocando. Las chicas levantaban las piernas todo lo que podían.
Benny Blue había llegado un rato antes. Estaba de pie en la entrada. Como siempre, tenía consigo el equipo para fabricar burbujas. Lo sacó y se puso a trabajar. Sopló un pene flácido con huevos caídos. Su creación flotó por encima del tumulto. Había nacido una estrella.

Del libro Tráeme tu amor y otros relatos.