Carlos Salazar Herrera: nació en San José, Costa Rica, el 6 de setiembre de 1906 fue un dibujante, escritor, escultor, grabadista y periodista. La obra literaria de Salazar ha sido encasillada en el Realismo. Muestra la lengua, los paisajes y sociedad costarricense. Murió en julio de 1980.
El indio José había conseguido
un lugar solitario en el ancho playón de la bahía y entre los jícaros y los
tamarindos armó su rancho.
En las grandes crecientes de
marzo el oleaje llegaba a empollones hasta los cimientos, y todo el rancho se
estremecía.
− ¡Tampoco voy a poder dormir
esta noche!... ¡Ese grillo me está volviendo loco!.
Durante la bajamar, allá muy
lejos desembarcaban las olas, a empujoncitos, y se tostaba el rancho inmóvil.
El indio José bajó del tabanco,
encendió la linterna y se puso a buscar el grillo para aplastarlo.
− ¡Cho! Es aquí junto a la
troja.
− ¡Este rancho es una desgracia!
–dijo y dio un puñetazo en el tabique que hizo crujir la armazón.
El grillo guardó silencio y el
hombre se fue a acostar.
Unos segundos después volvió el
chillido. Agudo. Obstinado. Intermitente.
El indio José padecía de
insomnio. A ratos caminaba tras el sueño. A ratos se tendía en el tabanco y
apretaba con rabia los párpados. Ya le echaba las culpas al grillo. Ya le
echaba la culpa al rancho. Finalmente se acercó sin querer, al verdadero motivo
de sus angustias.
− ¡Si al menos tuviera con quien
hablar!...
Decidió hacer un esfuerzo para
no oír, para volverse sordo, y se dio a pensar en su tristeza:
Fue durante aquella última luna
cuando se quedó solo. Su mujer, a quien quería más que mucho, estaba con los
dolores del parto, y entre quejidos y lágrimas… al fin se había quedado
tranquila bajo una cruz… a la sombra de cocoteros.
− ¡Este rancho no me quiere!.
De nuevo encendió la linterna.
Creyó escucharlo entre la armadura del techo. Subió y lo registró todo,
colgando de las cherchas, igual que un mono.
− ¡Nada! Quizás está por juera.
Se arrolló un paño al pescuezo y
dio varias vueltas fuera del rancho.
Entró y le vinieron muchas ganas
de ponerse a llorar. Se contuvo para no darle importancia al grillo.
Apagó y encendió la linterna sin
dar tiempo de que se acomodaran las sombras.
− ¡Allí lo oigo! ¡Allí está!...
Se tocó una oreja para oír mejor.
− ¡Ese bandido grillo tiene que
morir!
Lento, manso, deteniendo el
resuello, fue acercándose hacia el rincón de conde salía el chillido.
− ¡Ahora sí! Aquí tiene que estar,
detrás de la botella de canfín.
Quitó la botella. Escudriñó con
mil ojos. Removió el polvo, arañó con los dedos la tierra. ¡Nada!... No estaba
ahí.
− ¡Este rancho no me quiere!... repitió
casi llorando.
El mar había bajado tanto, que
apenas se le oía rasgar sus listones blancos.
Los pasos del indio José fueron
dejando en la playa un reguero de eslabones.
Se detuvo, volvió a mirar hacia
atrás y contempló un momento el rancho
ardiendo.
Su cara se iluminó dos veces.
Primero con el resplandor de las llamas… y después con una extraña sonrisa de
triunfo.
Carlos Salazar Herrera
“Cuentos de Angustias y Paisajes”
“Cuentos de Angustias y Paisajes”
San José, Costa Rica (1974)
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