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La nariz - Cuento de Voltaire

Retrato de Voltaire cuento la narizFrançois Marie Arouet, más conocido como Voltaire (1694 - 1778) fue un escritor, historiador, filósofo y abogado francés, y uno de los principales representantes de la Ilustración, período que enfatizó el poder de la razón humana, de la ciencia y el respeto hacia la humanidad. Entre sus obras fundamentales se encuentran Cándido o el optimismo (novela), El ingenuo (novela), Zadig o el destino (novela) y El hombre de los cuarenta escudos (cuento largo).
"La nariz" es un capítulo de la novela Zadig o el destino (en Novelas y cuentos, Ed. Planeta, 2000), pero bien puede considerarse un cuento.

La nariz

Un día, Azora volvió de un paseo muy encolerizada y haciendo grandes aspavientos.
—¿Qué os ha ocurrido —le dijo Zadig—, mi querida esposa? ¿Qué es lo que ha podido poneros tan fuera de vos?
—¡Ay! —dijo ella—. Estaríais en el mismo estado que yo si hubierais presenciado el espectáculo del que acabo de ser testigo. He ido a consolar a la joven viuda Cosrú, que hace dos días ha elevado una tumba a su joven esposo, junto al arroyo que bordea este prado. En su dolor, ha prometido a los dioses permanecer junto a esta tumba mientras corriera agua por este arroyo.
—¡Pues bien! —dijo Zadig—. ¡He ahí a una mujer digna de encomio, que amaba verdaderamente a su marido!
—¡Ah! —siguió Azora—. ¡Si supierais en qué se ocupaba cuando he ido a visitarla!
—¿Pues en qué se ocupaba, mi bella Azora?
—En hacer desviar el arroyo.
Azora se desató en invectivas tan largas, profirió reproches tan violentos contra la joven viuda, que tanta ostentación de virtud no gustó a Zadig.
Tenía éste un amigo, llamado Cador, que era uno de aquellos jóvenes en los que su mujer veía más probidad y mérito que en los demás; le confió su secreto y se aseguró, dentro de lo posible, de su fidelidad por medio de un cuantioso regalo. Azora, después de haber pasado dos días en casa de una de sus amigas en el campo, al tercer día volvió a casa. Los criados, llorosos, le anunciaron que su marido había muerto súbitamente aquella noche, que no se habían atrevido a comunicarle tan funesta noticia y que acababan de sepultar a Zadig en la tumba de sus padres, en el extremo del jardín. Ella lloró, se arrancó los cabellos y juró que moriría. Aquella misma tarde, Cador le pidió licencia para hablarle, y ambos lloraron juntos. Al día siguiente lloraron menos y comieron a solas. Cador le confió que su amigo le había dejado la mayor parte de sus bienes y le dio a entender que cifraba toda su dicha en compartir su fortuna con ella. La dama lloró, se enojó, se calmó; la cena duró más que la comida; se hablaron con más confianza. Azora hizo el elogio del difunto; pero confesó que tenía defectos de los que Cador carecía.
Hacia media cena, Cador se quejó de un violento dolor de bazo; ella, inquieta y solícita, mandó traer todas las esencias con las que se perfumaba para probar si alguna de ellas podía aliviar el mal de bazo; lamentó mucho que el gran Hermes no estuviera ya en Babilonia; incluso se dignó tocar la parte en la que Cador sentía tan vivos dolores.
—¿Sois acaso propenso a tan cruel enfermedad? —le dijo con compasión.
—De vez en cuando me pone al borde de la tumba —le respondió Cador—, y no hay más que un remedio que pueda aliviarme: aplicarme en el costado la nariz de un hombre que haya muerto la víspera.
—Extraño remedio es éste —dijo Azora.
—No más extraño —respondió él— que las bolsitas del señor Arnou contra la apoplejía. (Por esta época había un babilonio llamado Arnou que, según las gacetas, curaba y prevenía todas las apoplejías con una bolsita colgada del cuello. [N. de Voltaire.])
Esta razón, unida al extremado mérito del joven, determinó por fin a la dama.
—Después de todo —dijo—, cuando mi marido pase del mundo de ayer al mundo de mañana por el puente Sinvat, ¿acaso el ángel Asrael va a negarle el paso porque su nariz sea un poco menos larga en la segunda vida que en la primera?
Tomó, pues, una navaja; se dirigió a la tumba de su esposo, la regó con sus lágrimas y se acercó para cortar la nariz a Zadig, a quien encontró tendido en la tumba. Zadig se incorporó, sujetando su nariz con una mano y deteniendo la navaja con la otra.
—Señora —le dijo—, no os indignéis tanto con la joven Cosrú; el proyecto de cortarme la nariz es bien semejante al de desviar un arroyo.

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