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Tormenta en el templo - Ana María Shua

Portada del libro de los pecados, los vicios y las virtudes de Shua
Ana María Shua nació en Buenos Aires. Es periodista, guionista de cine, cuentista, poeta y novelista. También escribe literatura para niños. Sus microcuentos son reconocidos mundialmente como joyas del género. Ha publicado más de cuarenta libros, entre los que recomendamos Los amores de Laurita (novela), La muerte como efecto secundario (novela), La sueñera (microcuentos), Temporada de fantasmas (microcuentos), Fenómenos de circo (microcuentos) y Que tengas una vida interesante, que reúne sus mejores cuentos. El microrrelato "Tormenta en el templo" fue tomado de El libro de los pecados, los vicios y las virtudes, Ed. Alfaguara.

Tormenta en el templo

IMPIEDAD en un cuento popular chino

Diez labradores que habían terminado con su jornada del día caminaban juntos por el campo de regreso a la aldea, cuando se desató una terrible tormenta. Empapados y asustados por la furia del viento, los hombres se refugiaron en un templo semiderruido. Los truenos desgarraban el aire y se escuchaban cada vez más cerca. Un rayo, con su fatal zigzagueo, cayó junto a la puerta del templo.
Ante la locura de esa tormenta que parecía perseguirlos, los campesinos empezaron a preguntarse si no habría entre ellos un culpable al que los dioses querían fulminar. Si entregaban al maldito, los demás se salvarían, dijo uno. Otro propuso que colgaran sus sombreros de paja delante de la puerta. El dueño del sombrero que fuera el primero en salir volando era sin duda el culpable al que buscaba el rayo.
En cuanto sacaron los sombreros, todos salieron volando. Pero uno había sido el primero y sin ninguna piedad por sus ruegos, los demás echaron fuera a su dueño. Tiritando, empujado por el viento, el pobre hombre se fue alejando del templo sin terminar de entender de qué lo acusaban sus compañeros. En eso escuchó un estrépito descomunal: se dio vuelta y alcanzó a ver un espectáculo aterrador. Un rayo había caído sobre las ruinas del templo.
Aquel a quien habían echado fue el único al que perdonó el rayo. Los otros nueve pagaron con la vida su dureza de corazón.

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