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Hotel - Alicia Cámpora

Imagen de alicia campora cuento hotel
Alicia Cámpora (1953-2008): profesora, escritora y coordinadora de talleres literarios. Publicó los libros Nada hacía suponer (cuentos), El ritual de la última semana (novela), En sus huesos revive el ardor (novela), El extraño envoltorio del Loco Pablo (novela), Dominó (cuentos) y El espejo de Rosaura Acevedo.
El cuento "Hotel" fue tomado del libro Dominó, Ed. Yaguarón.

Hotel

Después de ocho horas de viaje por fin llegamos al hotel. Me había propuesto sacar la ropa de la valija y darme un buen baño, pero no pude resistir la tentación de tirarme un ratito en la cama.
Cuando me desperté, Roberto no estaba y la pared que daba al dormitorio contiguo, sobre la que estaba apoyado el placard, se había corrido por lo menos diez centímetros.
Me levanté y abrí la ducha. Me vestiría y saldría a buscar a Roberto que seguramente andaría recorriendo las calles en busca de cuanto lugar establecido como digno de ver por la Dirección de Turismo, tuviera conocimiento.
Al salir del baño, el espacio entre la cómoda y la cama había disminuido notablemente. Apenas se podían abrir los cajones así que me puse contenta de no haber desarmado la valija.
Me peiné y salí. El sol estaba muy fuerte y era un gusto caminar por esas callecitas sombreadas de árboles y ocupadas por innumerables mesas blancas y sombrillas de todos colores.
Supuse que la Maga gozaría, recostada en uno de esos sillones, tomando una cerveza helada mientras Oliveira andaría reflexionando sobre el achicamiento del dormitorio.
Después de caminar unas diez cuadras me senté a tomar una cerveza. El clima tan seco me daba mucha sed. Roberto no aparecía por ningún lado. Quizás había decidido llamar a casa para avisar que habíamos llegado bien y estaría haciendo una de esas irremediables colas turísticas.
Cuando terminé, el sol iba dejando en sombras a la ciudad y empecé a sentir frío. Pagué y volví al hotel. Creo que caminé unas cuantas cuadras de más debido a esa falta de ubicación de la que nunca he podido librarme. En el hotel me ofrecieron el comedor para la cena. Contesté que no sabía si comeríamos. Estábamos muy cansados. No tuve ganas de explicar que mi marido había desaparecido y que no me gustaba comer sola. Mucho menos en el comedor de un hotel.
Subí la escalera hasta el segundo piso y abrí la puerta del dormitorio. Para entrar tuve que pasar por arriba de la cama. Los espacios eran cada vez más pequeños.
Fui al baño, que era el único lugar que me faltaba revisar, para ver si Roberto había vuelto. No estaba. Salí del baño y me tiré en la cama. La ausencia de Roberto empezaba a preocuparme. Si bien podía quedarme tranquila porque el auto estaba abajo, él nunca se iba por tanto tiempo sin avisar. Ni siquiera una nota. Era muy extraño.
Intenté relajarme y esperar. No me quedaba otra. Pensé que quizá se había encontrado con algún conocido y se había puesto a conversar. Esa era una buena razón para demorarse.
A las tres de la mañana me despertó el teléfono. Tuve que hacer malabarismos para encontrarlo porque en ese tiempo sólo quedaba del dormitorio el espacio ocupado por los muebles. Eran los chicos. Se habían preocupado porque esperaban noticias nuestras desde la tarde anterior. Les dije que estábamos bien y que todo andaba bárbaro. Corté. Además de preocuparme mucho más por haber descartado la posibilidad de que una larga cola telefónica y su sentido de la responsabilidad lo hubieran demorado, empecé a sentir que ahí adentro todo era irrespirable. Además ese achicamiento permanente... ese no poder hablar con nadie... Realmente, empecé a ponerme muy nerviosa. Pensé en buscar la valija y salir. Ya no tenía sentido seguir esperando. Había pasado el tiempo suficiente como para empezar a pensar que algo le había ocurrido. No pude abrir el placard para sacar la valija, tampoco los cajones de la cómoda y mucho menos la puerta del dormitorio. Dejé mis modales medidos y empecé a gritar y a dar golpes contra la puerta. Las paredes empezaron a correrse con apresuramiento. Yo las podía ver. Veía cómo se rompían los muebles por la presión de las paredes, pero mi desesperación fue mayor cuando el placard quedó hecho astillas y entonces apareció, aplanado, el cuerpo de Roberto.

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