Microcuento de Úrsula Buzio
La casa estaba a oscuras, en medio de la noche casi blanca y de un silencio sepulcral.
El hombre bajó del caballo y comenzó a llamarla a los gritos y con insultos, como de costumbre. De un puntapié abrió la puerta, lo recibió el olor inconfundible del escabeche de berenjenas. Era su plato preferido; ella lo preparaba como nadie, aunque él nunca se lo dijo.
Siguió avanzando sin dejar de blasfemar y de un manotazo corrió la cortina que separaba los ambientes. La ventana estaba abierta y pudo verla a la luz de la luna. Su sorpresa duró apenas un instante. "Infeliz", murmuró con desprecio y, quitándose el cuchillo que llevaba en la cintura, de un solo tajo cortó la soga. El cuerpo inerte de la muchacha se ovilló en el suelo. Salió de la pieza sin mirarla.
Al pasar frente al aparador se detuvo; frascos de diferentes tamaños, en fila sobre un estante, lo estaban esperando. Los acomodó cuidadosamente en una bolsa de cuero y se fue hacia la noche.
No sabía que llevaba consigo a su propia muerte, repartida en pequeñas dosis de veneno.