Cuento de Andersen
Había una vez un príncipe que quería casarse con una princesa; pero había de ser princesa de verdad. Atravesó, pues, el mundo entero para encontrar una; pero siempre había algún inconveniente. Verdad es que princesas había bastantes, pero no podía averiguar nunca si eran verdaderas princesas, siempre había algo sospechoso. Volvió, pues, muy afligido, porque le hubiera gustado tanto tener una verdadera princesa…
Una noche se levantó una terrible tempestad, relampagueaba y tronaba, la lluvia caía a torrentes, era verdaderamente espantoso. Llamaron entonces a la puerta del castillo, y el anciano rey fue a abrirla. Era una princesa. ¡Pero, Dios mío, cómo le habían puesto la lluvia y la tormenta! El agua chorreaba por sus cabellos y vestidos y le entraba por la punta de los zapatos y le salía por los talones, y ella decía que era una princesa de verdad.
—¡Bueno, eso pronto lo sabremos! —pensó la anciana reina, y sin decir nada, fue al dormitorio, sacó todos los colchones de la cama y puso un guisante sobre el tablero. Luego tomó veinte colchones y los colocó sobre el guisante, y además veinte edredones encima de los colchones.
Era esta la cama en que debía dormir la princesa.
A la mañana siguiente le preguntaron cómo había pasado la noche.
—¡Oh, malísimamente! —dijo la princesa—. Apenas he podido cerrar los ojos en toda la noche. ¡Dios sabe lo que había en mi cama, he estado acostada sobre una cosa tan dura que tengo todo el cuerpo lleno de cardenales! ¡Es de verdad una desdicha!
Eso probaba que era una verdadera princesa, puesto que a través de veinte colchones y de veinte edredones había sentido el guisante. Sólo una princesa de verdad podía ser tan delicada.
Entonces el príncipe la tomó por esposa, porque sabía ahora que tenía una princesa de verdad, y el guisante lo llevaron al museo, en donde se puede ver todavía, a no ser que alguien se lo haya llevado.
He aquí una historia verdadera.
Fuente: de Cuentos de Andersen, Grimm y Hoffmann, Ed. Club Internacional del Libro
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