a las Dejar un comentario

El regreso - José Diez Canseco


José Diez Canseco (1904 - 1949): periodista y escritor peruano. Se le considera precursor del realismo urbano en el Perú. Se hizo famoso en el ambito periodistico por su forma peculiar, colorida y satirica de comentar sobre la política de la cual estaba siempre pendiente. Su obra narrativa abordaba las diferentes clases sociales con escenas de la vida costeña y en lengua popular. Sus obras son El gaviota, El kilometro 83, Suzy, entre otras.
Sobre la espuma, fulgurante de la luna, la “Feliciana” entra a la rada de Huarmey corriendo bordadas con sólo el foque cubierto. Un viento húmedo y recio de Sur encrespa las olas y las hace crecer con sorda furia, reventando en el Peñón del Gato con un estruendo como de fiesta maligna. Ese mismo viento arreó las nubes hacia el Norte y dejó al cielo de claridad azul y pálida. La luna, en cuarto creciente, parecía los dedos de un dios mozalbete de los vientos que le hacia, con el índice y el meñique, el rufo gesto:

 ¡Lagarto!

Y dulces, pálidas, gentiles, las constelaciones vagabundas iban cayendo, a esa hora de madrugada marina, sobre el horizonte negro de tormenta y prieto de fuerza.



En la vara del timón, agarrotadas de las manos que sangraban de yodo y de sal, Daniel Caycho volvía los ojos con dura calma, de la cinta gris de la costa, hacia los fanales pequeños del cielo. Sobre la banda de babor, sintiendo que la jarcia de foque le rajaba los dedos, Apolinario Vincho se estremecía, como el retazo de lona, con los golpes del viento. Pero con ese señorío sobrio, sin  alarde de valor, indiferente, la “Feliciana” proseguía en sus bordadas, audaz , pequeña, airosa y chuchumeca.

Las olas repetían en la profundidad azul de la noche, su canción innumerable. Habríase dicho que en ese viaje, solitario y valiente, iba a nacer el nuevo mito chimú de un dios sangriento. Allá, al Norte, a dos millas lo muy menos, el acantilado de las Tortugas se divisaba sólo por las espumas que reventaban en su base. En el palo de la “Feliciana”, en las jarcias tensas de la vela cangreja, que se habia enrollado para correr el temporal con poco trapo, el viento silbaba destempladamente. Los dos cholos, don Daniel y Apolinario, con sólo el pantalón y una camiseta, empapados por la furia alegre y sombría del mar, aguantaban indiferentes, uno en el timón y otro en foque. En la sentina, vacía ya la demajuana de chichca, se confundieron con los bandazos, la pezca y las frazadas, las redes y el bracerito de fieltro de los pescadores.

Aquella “Feliciana” era, ese instante, todo el mundo para don Daniel y Apolinario. Un mundo enano, en verdad, pero un mundo de cuatro metros de eslora y uno y medio de manga que, de hundirse se habrían fregado los cholos para siempre.






De la borda de estribor volvióse Apolinario hacia popa:

–¡Don Daniel!

Mas el viento se llevó el grito a sabe Dios dónde. Insistió el mozo:

–¡Don Daniel! ¡Don Danieliitoooo!

Don Daniel respondió despacio:

–¿Qui’ay?

–¿Qui’oras’erán?

Pero el viento se metía, grueso y fuerte por en medio del diálogo:

–¿Cómo?

–Que ¿qui’ora?

Levantó el patrón la mirada, medio cerrando un ojo. Allá, alta y espléndida, la estrella de Venus, la Buenamoza, al decir de mis cholos pescadores, rielaba su lumbre de plata. Las Borrachas, las estrellas de cinturón de Orión, que se llaman así porque se caen a la madrugada, como después de una mala noche jaranera, ya estaban, ya, casisito sobre las nubes del horizonte. Y, como don Daniel sabe, y con él todos los pescadores del Perú, que el Señor, que le da cuerda a su reloj maravilloso de cielo, no se duerme nuca, sentenció, inefable y sobrio:

Más alto que los otros se vino entonces un tumbo gordo. Don Daniel enmendó ligeramente la caña del timón y, veloz y audaz, la “Feliciana” se metió por entre la Punta de Solito y el Peñón del Gato, para enfilar hacia la rada de Huarmey, dejando a popa el ventarrón furioso y a la mar en dengues. Izaron entonces la cangreja ycon la brisa cortada por la Punta de Solito, comenzaron a navegar hacia la playa en remanso. Parpadeantes y humildes, como estrellas que ya hubiesen cumplido su oficio, las luces de Huarmey temblaban en la madrugada. Apolinario, por decir algo, murmuró en voz alta:

–Ai ta el puerto…

Y repitió el patrón, también por decir algo:

–Ai ta, pues, ai ta…

José Diez Canseco
  (1905 - 1949)

          Perú

0 comentarios:

Publicar un comentario