Anterito se había casado y su mujer ya estaba
esperando los días.
Y tejía escarpines y gorritos y saquitos de estambre
dulce, los más de ellos rosados, porque se imaginaban niña al fruto de su
vientre, conforme a su deseo; pero también algunos azules, por complacer a
Anterito que lo deseaba varón.
Era una mujer dulce y mansa, desprovista de belleza y
ahora con manchas amarillentas en el rostro consumido. Suspiraba a menudo y
como todos los días se sentía más agobiada de criatura, por fuesen dos y para amabas
ilusiones paternales sendas complacencias, comenzó a ejemplar los escarpines,
saquitos y gorritos rosados con otros tantos azules.
Tejía en silencio, levantando y volviendo la cabeza de
cuando en cuando, para prestar atención a ciertos ruidos que se oían dentro de
la habitación de Anterito, a puerta cerrada, como si limaran, como si aserraran
hierros.
−
¿Qué estará haciendo Anterito? –se preguntaba.
Pero no sería una cura para el niño esperando, porque
esto podía hacerlo al descubierto y aun donde todo el mundo se enterase de que
Anterio Valdez, pobre como era, para que su primogénito pudiese tener cuna, era
menester que él mismo se la fabricase. Mientras que, aquella puerta cerrada…
Un día, por los descuidos de las prisas, la dejó
abierta Anterito al salir de su cuarto en busca de algo que necesitaba, y como
esto coincidió con la ocurrencia de su mujer de ir a hacerle una pregunta –Ya no se acordaba cuál−, perpleja la sorprendió el marido, de regreso con una
segueta, en la contemplación de su descubrimiento.
− ¡Ah! Fue que… Pero ¿y esas llaves, Anterito, de todos
los tamaños y tantas, para qué son? Aquí todas las puertas…
Pero él no la dejó concluir y besándola le quitó la
palabra, para decirle después:
−Anda, anda a terminar tus escarpines. Que la bomba
puede estallar de hoy a mañana.
Y cuando ella se marchó obediente, conveniencia de que
la bomba era ella misma, él se quedó preguntándose:
− ¿Por qué diría yo bomba? ¡Eso de que cuando una está
pensando en algo que debe ocultar lo nombre sin querer!... Menos mal que fueran
las llaves lo que le llamaran la atención, que si se fija en esto…
Y ello era una gran cantidad de trozos de hierro, de
distintos tamaños y formas, que tenía esparcidos sobre una mesa y a los cuales
estaba sacándoles puntas y filos. La metralla, nada menos.
Obedeció la mujer, pero se fue inquieta, porque eran
mucho misterio y muchas llaves, grandes casi todas como para portones. Y como
las llaves no son sino para abrir –pensaba ella− y los portones no se abren sino cuando están cerrados
y así lo están por las noches…
−
¡En fin! No será para meterse en las
casas ajenas, a llevarse nada, porque Anterito podrá ser todo lo que se quiera,
pero honrado sí es.
Y era porque en la vida de Anterito Valdez, sencilla,
laboriosa, limpia y diáfana en su mayor parte, había, sin embargo, una zona
inexplorada, que a muchos les daba que pensar y ahora también a María de
Valdez.
Sintió que se le venía a la mente recuerdos y se
preguntó:
− ¿No fue una conversación de Anterito con Arístides
Velarde, hace algunas noches?
Efectivamente. Parte de una conversación que
involuntariamente sorprendió ella.
−“¿Todos los días?” –preguntó Velarde.
−“Todos los días” –respondió
Anterito.
¿Pero
qué le estaba sucediendo ahora a María de Valdez? ¿Cómo era posible que no se
acordara de que esa misma noche, entre once y tres, se había levantado varias
veces para asomarse al cuarto de Anterito a ver si estaba allí? Allí estaba, y
la luz de una lamparilla encendida noche y día ante las imágenes de las devociones de Anterito –San Rafael, patrono
de los caminates; Santa Rita, abogada de lo imposible− permitía verlo en su
cama, durmiendo como un bendito.
−Es
verdad –se dice ahora, mientras teje sus cadenetas.
La
mujer de Anterito, desde que fue avanzado su embarazo, había adquirido la
costumbre de hablar a solas –diálogos con el hijo en su vientre, tal vez−; pero
he aquí que de pronto se desdoble y el interlocutor ilusorio la advierte:
−
¿Verdad? ¿Estás segura de que lo viste durmiendo como un bendito? Acuérdate de
que él duerme arropado hasta la cabeza y bien puede ser que lo que hayas visto
desde la puerta donde te asómate, no fuera sino un bojote de su misma forma y tamaño
que metió bajo la sábana.
Nada
responde a esta observación María de Valdez, pero al cabo de un rato ya le
están manando lágrimas y una le cae en el escarpín de estambre azul, completo
del par con que ya igualaba el número de los rosados. Se les enjuga y murmura:
−No
tendría nada de extraño, porque los hombres son todos iguales. La pobre mujer
en la casa, matándose por ellos, y ellos…
Suspira.
Se pasa la diestra por la frente. ¡Cuántas llaves tenías Anterito!
Y
otra vez hablando a solas:
−No.
No es posible. Son muchas, son muchas.
Adentro,
continuaba Anterito haciendo funcionar sus limas y sus seguetas.
Romulo
Gallegos
(1884
- 1969)
Venezuela
0 comentarios:
Publicar un comentario